La expropiación petrolera
compendió un cambio fundamental en la evolución del país porque nos apartó de un
modelo neocolonial de explotación y exportación de materias primas y, aunado a
otras reformas trascendentales, hizo posible la industrialización en el marco de
un programa de desarrollo endógeno. No olvidemos que desde 1939- en las
proximidades de la segunda guerra mundial- nuestro país dejó de exportar
petróleo crudo y así lo hizo durante casi seis sexenios:los tiempos del “milagro
mexicano” en que la tasa de crecimiento fue tres veces mayor que la que tuvimos
después.
No fue sino hasta mediados de los setentas que
se replanteó el esquema del uso del petróleo exclusivamente para fines de
desarrollo interno. El proyecto exportador fue primero rechazado, junto con sus
componentes de crédito externo e inversión foránea y se optó por la
construcción de refinerías –Tula,1975- y la erección de una importante industria
petroquímica. Poco más tarde entraríamos en el delirio de la “administración de
la abundancia”, aplazando una reforma fiscal ingente, desordenando el gasto
público y cayendo después en un endeudamiento abultado, a causa del desplome
del precio internacional de los hidrocarburos.
Fue así como en el plano global se transitó de
una “crisis petrolera”, superada por la sobreproducción, a una “crisis de la
deuda” que otorgó supremacía a los círculos financieros internacionales y estuvo
en la raíz de la imposición del ciclo neoliberal, con su cauda de
privatizaciones, desregulaciones, apertura desventajosa del comercio, caída
estrepitosa de la tasa de crecimiento, profundización de la desigualdad y
migración galopante de mano de obra hacia el extranjero.
México mantuvo durante algunos años altos
niveles de exportación de petróleo pero las ganancias de PEMEX fueron
secuestradas por el fisco y con ello ocurrió la desinversión y la caída
estrepitosa de las reservas y de la producción. La rapiña también, que se ha
convertido en pasatiempo favorito de la “cleptocracia”.
Las reformas que deben efectuarse en el sector
son inaplazables. Desde luego la reintegración de la empresa y su autonomía
financiera y de gestión, incluyendo la absorción de las deudas acumuladas,
ampliar la exploración denuevos yacimientos, disminuir la sobreexplotación de
los existentes, construir las refinerías pendientes, retomar en serio la
expansión petroquímica, relanzar la investigación científica y tecnológica,
disminuir gastos superfluos y establecer sistemas rigurosos de rendición de
cuentas.
Nada de ello tiene que ver sustancialmente con
la búsqueda de inversión privada nacional o extranjera, a no ser que el objetivo
que realmente se persiga sea elevar en proporciones considerables la plataforma
de exportación de hidrocarburos. Debiéramos en cambio emplear todas las
capacidades disponibles para incrementar en valor agregado de lo que producimos
y vendemos al exterior. Ello es lo que merece ser nombrado como
“modernización”. Abandonar el doble lenguaje que nos presenta en el exterior
como adalides del combate al cabio climático mientras nada sustantivo hacemos
para reducir a escala nacional y mundial el empleo de combustibles fósiles y la
generación de gases de efecto invernadero.
México requiere una política energética
integral que se funde en estimaciones verificables y en objetivos cuantificados
y de largo plazo sobre nuestras capacidades no sólo en petróleo y gas sino en
todas las energías alternativas que resulten asequibles. Esa es además la puerta
ancha para nuestro acceso a la sociedad del cocimiento. Hacer con dinero ajeno
lo que ya veníamos haciendo con el propio, no es, como quiera que se le
disfrace, sino un reforzamiento de la dependencia.
Contraste
Contraste
No hay comentarios:
Publicar un comentario